El fenómeno ha llegado
de una manera natural, está instalado cómodamente a nuestro costado
y ha llegado para profundizarse. La fijación de lo trivial en
nuestros tiempos ha tomado una primacía absoluta sobre todos los
cimientos sociales sobre los cuales se mueve nuestra civilización.
El asesinato, la violación y el escándalo llenan portadas de
diarios, noticias en internet, horas en televisión. Este fenómeno
social no es nuevo en sí, es decir, existieron siempre pero nunca de
una manera tan entronizada y endiosada como nos lo muestran los
medios de comunicación masiva en nuestros tiempos, la banalidad, lo
ramplón, lo vulgar, lo trivial, lo grotesco y la gazmoñería ocupan
un lugar estelar en nuestros tiempos sobre los cuales giran nuestras
conversaciones cotidianas y ocupan el tema central en nuestra mesa a
la hora de la merienda.
¿Acaso este fenómeno
ocurre por una descripción contemporánea de los tiempos vividos?,
no niego que exista en el mundo un incremento significativo de la
violencia en distintas formas, pero esto siempre existió, desde
nuestros orígenes, lo que es nuevo es la fijación y la pretensión
que estos eventos hayan pasado a ser las noticias principales de los
medios de comunicación y que, hábilmente, lo coloquen en boca de
todo el pueblo, es decir: La ramplonada en boca de todos.
Por supuesto y en efecto,
este fin no es involuntario, ni casual, es un fin premeditado con la
finalidad de tener poblaciones menos pensantes, ocupadas de
trivialidades, más propensas a ser bombardeadas con campañas
publicitarias de productos simplones y más propensos, por ende, a su
consumo. Desde un punto de vista económico el fenómeno es un éxito
pero, ¿desde un punto de vista de cultura?. La cultura siempre fue
un tema de elite, sin embargo en los últimos años hemos sido
testigos de su democratización en el sentido del acceso a la
información, lastimosamente (o quizá para bien) eso dista mucho del
conocimiento el cual implica una serie de capas previas, como la
investigación, el cuestionamiento, el análisis, el debate. Esto
último, el debate, ha sido desterrado casi por completo de los
espacios de comunicación masiva, casi son inexistentes hoy en día,
la vorágine informativa en la cual, por ejemplo, las noticias son
leídas por los encabezados (tweets en nuestros días) han
suplantado casi totalmente a la lectura del artículo, en el cual se
realiza un análisis bastante más complejo que la noticia en sí, es
decir, tan importante como saber si estalló un conflicto en Medio
Oriente es (o debería ser) saber quienes son los actores, cuáles
son las demandas de ambos lados, cuáles son las circunstancias
mediante las cuales estalló el posible conflicto para que el lector
pueda tener una concepción más holística del problema por así
decirlo.
Ya el Doctor Hostos,
filósofo chileno de agudo sentido crítico mencionaba, en una obra
escrita en los umbrales decimonónicos, refiriéndose y criticando al
genero literario novela diciendo “es más fácil leer imaginando
que leer pensando”, en efecto, ya Hostos describía en aquella
época una decadencia de la literatura, al inclinarse los lectores
por el género novela con Flaubert a la cabeza, éstos ya incurrían
en decadencia, posteriormente, como parte de la mencionada
decadencia, el mundo vivió diversos matices de la misma en diversas
formas de manifestaciones culturales, recordemos el atrevimiento de
Marcel Duchamp con su irreverencia en el arte contemporáneo, el
surgimiento de arte surrealista, donde la manifestación de la
decadencia de la cultura alcanza a mi juicio su máximo esplendor,
con André Breton liderando el mando y Max Ernst como un perfecto
alfil del mismo, la propio con la poesía Beatnik y Allen Gisnberg.
Fenómenos posteriores como el surgimiento del rock and roll, los
talk shows televisivos, el eterno rosario de letanías de
insignificancia que nos entrega You Tube (basta ver los 10 vídeos
más vistos) o las redes sociales, cada una de ellas conforma parte
de esta decadencia que estamos viviendo desde hace un par de siglos
por lo menos, no es que cada una de ellas nos haya conllevado
directamente hacia la decadencia, cada una de ellas, analizadas
individualmente son una consecuencia natural del decaimiento de los
movimientos sociales y, por qué no, políticos generados que se
concatenan como meros peldaños de una escalera descendiente con
destino a la simplicidad absoluta.
Cabe señalar que la
mencionada democratización de la cultura, o quizá de los medios de
acceso a la misma, así como el gran progreso en diversas áreas como
la ciencia y la tecnología sólo constituyen elementos
contradictorios en esta carrera acelerada del hombre por lo abisal en
la concepción tanto de convivencia pacífica como de trascendencia
cultural. A fin de cuentas, la decadencia, entendida como la
intensión sistemática, organizada y premeditada de destrucción de
los fines culturales que lo rodean y del empobrecimiento espiritual
del hombre hacia su concepción como ser y la negación del
ensimismamiento es un fenómeno prácticamente irreversible, la
generación de una falsa veneración hacia lo cultural, entendida
como una falsa praxis de admiración hacia la cultura (que en sí no
es más que una forma social de negación ante la evidencia del la
decadencia) ha conllevado al hombre a una nueva estancia que se
podría llamar la de la cultura light (más le importa la exhibición
de o con una obra de arte que la apreciación, admiración y
entendimiento en sí del arte).
A fin de cuentas, como ya
se ha dicho, el arte constituye una cristalización simbólica del
mundo amorfo del sentimiento, son precisamente esas manifestaciones
de la época lo que dio lugar en su momento al Renacentismo, y son
los mismos motivos que llevaron a la creación del arte surrealista,
evidenciando en lo último un caos total del entendimiento del hombre
hacia lo que lo rodea. El mundo amorfo del sentimiento continúa en
decadencia y continúa manifestándose permanentemente en esta etapa
altamente mediática y de vorágine que vivimos en la que cada vez
nos parecemos más a la caricatura de lo que fuimos.