Según
un artículo publicado hace poco por Tomás Unger, al ser humano, desde que
descubrió el fuego, le tardó más de 100,000 años en llegar a ser el primer
millón de individuos sobre el planeta, para el año 400 A.C. se estima que ya
habían doscientos millones de humanos en el mundo, para el siglo XVIII ya habíamos
alcanzado los primeros mil millones, es decir, en plena Revolución Industrial.
Esta
Revolución cambió completamente la concepción de los seres humanos, allí se
genera una necesidad de producción natural, las personas que habitaban en los
campos empezaron a desplazarse hacia zonas cercanas a las fábricas, es allí
donde nace y se evidencia el concepto de urbe, a partir de ahí el crecimiento
de humanos se vuelve casi exponencial, repasemos algunas cifras: Los mil
millones se duplicaron en menos de 100 años, para el año 1975 éramos ya 4,000
mil millones, hoy en día nos encontramos en una cifra cercana a los 6,800
millones y se estima que para el año 2050 la cifra llegará a cerca de 9,300
millones. Estas cifras son alarmantes.
Desde
luego existen diversas causas de este crecimiento exponencial, el avance de la
medicina, la cultura de la salubridad, las condiciones de vida entre otros. De
la misma manera, existen una serie de amenazas también tales como la crisis de
alimentos, los problemas económicos inherentes al incremento de la esperanza de
vida tales como el empleo o los beneficios previsionales y, finalmente, un
problema bastante más complejo que se aproxima: La crisis energética.
Sin
embargo, existe ya una problemática social que vivimos desde hace bastante
tiempo y que ahora, bajo la concepción de aglomeración urbana se hacen cada día
más evidente: El racismo y la xenofobia. Ambos, aunque con distinto énfasis por
cada zona geográfica representan un gran flagelo en nuestras sociedades y son
condenadas permanentemente por grupos que buscan una concepción más plural
sobre la convivencia en urbes. La gran pregunta es, ¿cómo es posible que tanto
el racismo y la xenofobia, que fueron construidos desde el principio de la
humanidad por una necesidad natural y consubstancial de protección, sea
desterrado en nuestros días después de miles de años de existencia en nuestro
cerebro? ¿acaso nuestra capacidad evolutiva es tan rauda como para adaptarse a
los nuevos parámetros sociales de manera automática?
El
racismo y la xenofobia están con nosotros desde nuestros orígenes como especie,
se encuentran en una capa muy primitiva de nuestra corteza cerebral y va a ser
muy difícil que las estructuras sociales (que en el cerebro humano son
demasiado recientes) nos puedan cambiar hacia un ambiente de tolerancia,
respeto y convivencia pacífica. Existe un elemento importante y capital que nos
puede permitir este anhelado consenso cerebral: La Educación. Para ambos
flagelos, la educación es un elemento clave en el desarrollo de estructuras
sociales orientadas hacia la tolerancia y al respeto, nos reafirma un sentido
de pertenencia y fraternidad hacia el prójimo. No estoy seguro que finalmente
la especie lo logre, sin embargo creo que el hecho de transcurrir en el camino,
aunque largo y áspero, nos hará encontrarnos en un punto mejor que el actual.
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