Corría el año 1995, yo era un
estudiante que iniciaba mi vida universitaria y me enfrentaba al mundo con
libros y cigarrillos. En paralelo, el presidente francés Jacques Chirac se
enfrentaba a la comunidad internacional quien criticaba, de manera severa, las
pruebas nucleares que estaba desarrollando su País en el Atolón de Mururoa
(ubicado en el archipiélago de la Polinesia Francesa).
Mi Universidad había organizado
una protesta, me pareció interesante que no haya sido una iniciativa de los
alumnos sino de orden institucional, una protesta organizada por la misma casa
académica, dirigida y alentada por sus ejecutivos, una protesta pacífica que
incluía paneles en contra de las pruebas, estudiantes casi indignados con las
pruebas francesas quienes tenían entre sus manos plantas. Partía de la
Universidad y concluía unas doce cuadras después, en la Plaza Mayor de Trujillo
y, de manera simbólica, al finalizar la protesta (un curioso pasacalles
estudiantil que duró cerca de tres horas), los estudiantes sembrarían las
plantitas en la mismísima Plaza, se tomarían fotos y después se irían a sus
casas a almorzar. Yo, sin mucho reparo me uní al pasacalles, seguramente más
por socializar con mi nueva comunidad universitaria que por mi firme determinación
ecologista, al finalizar, pude ver el espectáculo de la siembra mientras fumaba
a pocos metros de distancia con cierto estupor.
La pregunta que me asaltó en ese
momento es la misma pregunta que me ha acompañado durante muchos años después del
mencionado hecho: ¿Sirve de algo?, ¿Acaso el Presidente Jacques Chirac, al ver
a un grupo de entusiastas universitarios verdes sembrando plantas en la plaza de
una provincia de un país del tercer mundo daría marcha atrás? Las protestas se realizaron en todo el mundo,
grupos organizados como Greenpease fomentaron lo propio y el resultado fue el
mismo: Francia siguió realizando las pruebas nucleares sin que una sola ceja se
le moviera a Chirac.
Caído el muro de Berlín, la moda
anticomunista y la cultura Beatnik, surgieron los grupos ecologistas con mayor
fuerza, el establishment se volvió más verde (de la boca para afuera) y
hoy en día los grupos activistas protestan casi por cualquier cosa (La Crisis
Económica Mundial vienen siendo su buque insignia por estos días), me parece
que está muy bien ser verde, activista, indignado o como se diga hoy en día,
todos corresponden mas o menos al mismo patrón de protesta contra las pretensiones
de abusos (o abusos propiamente) que desarrollan Gobiernos y Empresas en todo
el mundo, pero ¿es suficiente?, ¿acaso estos grupos han alcanzado la madurez
suficiente para ser considerado un sector serio, fuerte y sobre todo eficaz con
los nobles objetivos que persigue?. Creo que los resultados saltan a la vista:
Están muy lejos de convertirse en una real fuerza de contrapeso ante los
excesos a los cuales nos venimos enfrentando a diario: Extinciones de animales,
deterioro real de nuestro ecosistema, corrupción generalizada en los gobiernos,
abusos de poder en general.
Creo que estos grupos, si quieren
lograr mejores resultados, deben cambiar de manera radical la manera como
vienen enfrentando el problema con mayor inteligencia, por ejemplo insertarse y
fortalecer los sistemas educativos, crear sanciones reales y drásticas desde el
establishment en vez de creer en la autorregulación a raíz de protestas
en las calles. De no hacerlo estarán condenados a seguir siendo vistos como
pequeños grupos de contracultura, con ínfimo poder, completamente fuera del
panorama político mundial, más o menos como lo es hoy el Atolón del silencio en
el que se ha convertido el de Mururoa.